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Olympe de Gouges, escritora, pionera del feminismo y de la lucha contra la esclavitud

Hay momentos en la historia de la humanidad que suponen claramente un antes y un después. Que rompen con el pasado para alumbrar una nueva época regida por otras normas y valores que nada tienen que ver con lo que era costumbre ayer mismo. Sin duda, uno de esos momentos fue la Revolución Francesa, que acabó para siempre con el llamado Antiguo Régimen. Con ese mundo feudal que establecía como natural lo que era una simple división social y económica.

Según ese viejo mundo, una persona de origen noble no podía ser comparada de ninguna manera con una persona de origen plebeyo. No se trataba de dos seres humanos iguales en derechos y dignidad. Al contrario: el noble, simplemente por venir de cuna ilustre, disfrutaba de una serie de privilegios de todo tipo, entonces vistos y pensados como naturales. Mientras que el plebeyo estaba condenado a estar al servicio del primero. Incluso podía ser concebido como propiedad del noble, ya fuera en régimen de esclavitud o de vasallaje.

Pero todo esto cambió con la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789. El inicio de la Revolución Francesa supuso el triunfo de las ideas de la Ilustración, que proclama que todos los hombres, independiente de su origen social, son iguales en derechos y dignidad. El problema es que lo de “los hombres” era totalmente literal.

Efectivamente, según el artículo 1 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, promulgada el 26 de agosto de ese 1789, poco después del triunfo de la revolución, “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Lamentablemente, este uso del género masculino en el lenguaje no tenía una finalidad de aglutinar a todos los seres humanos, con independencia de su género. De hecho, solo reconocía la libertad e igualdad de derechos para los varones. Las mujeres quedaban fuera y seguían sometidas al varón, al igual que el plebeyo respecto al noble en el viejo mundo.

Tuvieron que pasar dos años para que, en 1791, la escritora Olympe de Gouges decidiera enmendar el error y publicara la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Hablamos de uno de los primeros documentos históricos que defiende la emancipación de las mujeres respecto de la tutela masculina y que afirma, en su primer artículo, que “La mujer nace, permanece y muere libre al igual que el hombre en derechos”.

Más adelante, en el artículo 10, de Gouges señala que “Nadie debe ser molestado por sus opiniones incluso fundamentales; si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna con tal que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la Ley”. Toda una reivindicación del derecho a la libertad de expresión de las mujeres que a día de hoy sigue sin ser realidad en algunos lugares.

Lamentablemente, los planteamientos feministas de nuestra escritora no fueron entendidos ni tolerados por los dirigentes, todos hombres, de la Revolución Francesa. Ni siquiera de los más radicales. De hecho, Olympe de Gouges acabaría guillotinada en 1793 por el gobierno del jacobino Robespierre.

Su trágico e injusto final no impidió que el legado de De Gouges haya llegado hasta nuestros días. Y que no se limita, siendo ya solo esto extraordinariamente valioso, a su mensaje feminista. También debemos recordar su mensaje antiesclavista, patente en su obra de teatro “La esclavitud de los negros”, en la que también insiste en este mensaje de que todos los seres humanos deben gozar de los mismos derechos y libertades, independientemente de su condición sexual o étnica. Dicha pieza de teatro vino acompañada además de un alegato contra la esclavitud titulado “Reflexiones sobre los hombres negros” donde denuncia claramente los abusos del hombre blanco.

Por todas estas razones, pensamos que nos sobran los motivos para homenajear, tanto hoy 8 de marzo como el resto de los días, a una mujer que murió por sus ideas pero que ocupa para siempre un lugar imborrable en la historia de la dignidad humana.

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