La antropóloga Margaret Mead dijo una vez que el primer signo de civilización fue un fémur roto. Un hueso quebrado que alguien sanó y cuidó, ocupándose por tanto de la persona enferma. Porque, a diferencia del reino animal, una sociedad humana digna de tal nombre no abandona a sus semejantes por mucho que se encuentren en una situación de debilidad o desventaja respecto a lo que nos marcan las necesidades y exigencias del entorno. O del sistema socioeconómico, en nuestro caso.
Esta misma reflexión nos suscita el libro «Pies de elefante» de la escritora y activista Anita Botwin. El título hace referencia a la sensación de malestar físico que sufría la autora en los primeros días de la enfermedad, cuando todavía no sabía que padecía esclerosis múltiple. A partir de ahí, la obra narra el viaje personal de Botwin a lo largo de los últimos diez años.
Un viaje «duro pero apasionante, desde el desconocimiento y la negación de la enfermedad a la aceptación y las demandas de derechos y de visibilidad como persona con discapacidad». Botwin pone el foco en lo colectivo, porque hablamos de un problema que no se va a solucionar desde el abordaje que frecuentemente vemos en los espacios mediáticos y politicos sobre el asunto, y que suelen centrarse en las historias individuales de «superación».
Pero la discapacidad no es lo que define a la persona, que como tal es un sujeto libre e igual en derechos y dignidad a los que son totalmente funcionales al sistema. Al menos en un mundo civilizado. Esto es lo que no se nos debe olvidar y lo que debemos defender todos los días.
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